Sello de la Logia

El sello de nuestra Respetable Logia, así como nuestro título distintivo, nacen y hacen una clara alusión al relato bíblico del sueño de Jacob. De camino a Mesopotamia Jacob se detiene a pasar la noche al raso, utilizando como cabezal sobre el que dormir una piedra. Entre sueños, aquella noche contempla el cielo abierto, comunicado con la tierra a través de una escala, por la cual descienden y ascienden ángeles ante la presencia en lo alto del Padre.

Jacob se despierta sobresaltado, asustado, y exclama: “¡Qué temible es este lugar!¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios (Bethel) y la puerta del cielo!” (Gén. 28:17). Tras ello vierte aceite sobre la piedra, convirtiéndola en un altar para conmemorar su visión.

En el momento que Jacob derramó aceite sobre la piedra, se produce un acto crucial que hace realmente de ella un ungido, que es justamente lo que significa en griego la palabra Christos. Por ello él mismo dice: “y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios” (Gén. 28:22), “Bet-el”, “Casa o Templo de Dios”, lo que justamente es Cristo. En ella identificamos la piedra fundamental, centro de la tierra, altar de todas las iglesias cristianas, piedra cúbica que guía nuestros trabajos hacia la reintegración.

“Nuestros padres estuvieron todos bajo la Nube y todos pasaron el mar, y todos fueron bautizados por Moisés; todos comieron el mismo pan espiritual y todos bebieron de la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual, y la roca era Cristo (petra erat Christus)”. Epístola a los Corintios (10, 1-4).

Tenemos presentes las raíces judeocristianas de nuestra tradición y reafirmamos el simbolismo de la piedra de Jacob ya desde la tradición rabínica, recogiendo del Midrash Yalkût: “Dios hundió la piedra de Jacob hasta las profundidades del abismo e hizo de ella la base de la tierra. Por esta razón se la llama shethiyâh”.

Será el Divino Reparador, el Cristo, el que revierta la caída y nos permita ascender por la escala que lleva a las puertas del cielo. Esta escala que se alza sobre la piedra posee siete peldaños, como podemos observar en el sello. Siete es uno de los números sagrados más importantes. El número siete lo podemos considerar como la suma de 3+4, lo que nos indica que es el signo de las relaciones divinas con la Creación, siendo el 3 el número del mundo divino y el 4 el del mundo creado. Siete justamente son los peldaños que conducen al iniciado hasta la perfección de la maestría. Igualmente siete son los años que Salomón empleó a la dedicación del Templo, hasta darle su perfección.

Pero el número siete unido a esta escala guarda más significados. En nuestro trabajo de perfeccionamiento hemos de fortalecer y practicar justamente siete virtudes y siete vicios deberemos rehuir. Y alzando la mirada, desde lo alto, vemos igualmente descender desde la estrella flamígera siete rayos de luz intensa; de nuevo el número siete se hace presente en el sello. Las siete irradiaciones de Dios, que podrían identificarse con las siete Sefirot inferiores del Árbol de la Vida. Las luces por las cuales el Padre se revela, por las cuales mantiene la armonía en el universo. La intuición divina que nos ayuda en esta ascensión, que nos protege en el combate hacia su abrazo insondable, en nuestro sendero del medio hacia el perfeccionamiento espiritual.

Al igual que justamente es en el Santo de los Santos, en el Templo de Jerusalén, donde se honraba a la piedra de Bethel o shethiyâh, es decir, al Mesías, el número siete tiene también un significado relevante dentro de las luminarias del Templo.

A la izquierda del altar de los inciensos se situaba el candelabro de los siete brazos, la Menorah. Seis brazos gobernados por un séptimo justo en el centro.  Clemente de Alejandría señala que el tallo central identifica a Cristo, que es el “Sol de Justicia”.

Una vez más los elementos simbólicos de nuestro sello nos llevan al mismo punto, a nuestro pilar fundamental, Cristo. Con ello pretendemos decididamente dejar bien claro que el nuestro es un camino donde Cristo es ejemplo y guía que inspira y gobierna nuestros trabajos.

Por el sacrificio de Jesucristo se restablece la comunicación vertical con Dios, nos abre las puertas del “cielo” y hace realmente de nuestro templo un Bethel, una “casa de Dios”. 

La inscripción que descansa bajo el sello sintetiza toda la filosofía de este simbolismo, su finalidad y su objeto: “Domus Dei et porta caeili” (Casa de Dios y Puerta del Cielo). Esta máxima ha de realizarse en nuestro interior, teniendo como objetivo convertirnos cada uno de nosotros en Templo de Dios, convertirnos en la casa que él habite. Entregándonos al sacrificio en el altar de nuestros corazones ardientes, poniéndonos a su servicio, para que sea su voluntad la que guíe nuestras acciones, y de este modo llegar algún día a ser dignos Caballeros de Bethel, miembros de la Milicia de Cristo, dignos servidores de su Gloria.

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